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Estudio sobre cítricos


La naranja

Por Francis Ponge 

Lo mismo que en la esponja, hay en la naranja una aspiración a recobrar su contenido después de haber padecido la prueba de la expresión. Pero adonde la esponja siempre tiene éxito, la naranja nunca: puesto que sus células han sido reventadas, sus tejidos destrozados. Mientras que sólo la cáscara se recupera muellemente en su forma gracias a su elasticidad, un líquido ambarino, acompañado de sensación de refresco, de perfume suaves, se ha derramado por cierto, -pero acompañado también a menudo de la conciencia amarga de una expulsión prematura de las pepas.

¿Hay de veras que tomar partido entre ambas maneras de soportar mal la opresión? – La esponja no es más que un músculo y se llena de viento, de agua limpia o sucia según sea: esta gimnasia es innoble. La naranja tiene mejor gusto, pero es demasiado pasiva, -y ese sacrificio oloroso… es dejarle verdaderamente demasiado campo al opresor.
Pero no se habrá dicho todo lo suficiente con haber recordado su manera particular de perfumar el aire y de regocijar a su verdugo. Hay que hacer hincapié en la coloración gloriosa del líquido que resulta, y que, mejor aún que el jugo de limón, obliga a la laringe a abrirse ampliamente para pronunciar la palabra tanto como para ingerir el líquido, sin ninguna mueca aprehensiva de la entrada de la boca, en donde no hace erizarse las papilas.

Uno se queda por lo demás sin palabras para confesar la admiración que merece la envoltura del tierno, frágil y rosado balón ovalado en aquel espeso tampón de papel secante húmedo, cuya epidermis extremadamente delgada pero muy pigmentada, acerbamente gustosa, es justo lo bastante rugosa como para capturar dignamente la luz en la perfecta forma del fruto.

Pero al cabo de un estudio demasiado corto, efectuado tan redondeadamente como es posible, hay que llegar a la pepa. Este grano, con forma de minúsculo limón, presenta al exterior el color de la madera blanca del limonero, al interior un verde guisante o de germen tierno. Es en él que se encuentran, luego de la explosión sensacional de la lámpara veneciana de sabores, colores y perfumes que constituye el balón frutoso mismo, la dureza relativa y el verdor (por otra parte, no insípido del todo) de la madera, de la rama, de la hoja: suma harto pequeña aunque con certeza la razón de ser del fruto.

Versión de Waldo Rojas.


Lemon de Hollis Frampton 



La corrupción de la naranja

Por Darío Canton

Si se toma una naranja
en buen estado
y se la deja
en Buenos Aires
bajo techo
el primer día del verano
a la temperatura ambiente:

-lunes seis de enero

la naranja se endurece
se vuelve más opaca
de superficie rugosa.
En una parte la piel
si se presiona
cede algo.

-lunes veinte de enero 

La zona que era dura
Está más dura:
La blanda reblandecida.
Se advierte un olor distinto.

-lunes tres de febrero

El foco de blandura
se cubre de verdín
y al costado
en un punto
la piel se debilita; una franja circular
firme aún
muestra su antiguo color.

-lunes diecisiete de febrero

Aparece otro foco
en el medio
y un tercero
mayor
en la parte
que apoya en el mármol.
Grietas
pequeñas se insinúan
como si la naranja
cayendo
hubiera golpeado
en un borde
repetidas veces.
La forma ya no es oval.

-lunes veinticuatro de febrero

Figuras que cambian
en verde y en blanco
por todo el contorno.
La piel se repliega
se torna más suave.
Oliendo de cerca
los ojos cerrados
parece perfume.

-lunes dos de marzo

La naranja
se sigue aplastando
adquiere contornos cuadrados.

-lunes nueve de marzo

El blanco y el verde armonizan
en fondo marrón;
lo quiebran
las grietas profundas.

- lunes dieciséis de marzo

Si se deja caer la naranja
de lo alto
sobre el piso
suena a hueco
rebota parcialmente.
Liviana, reseca.
El olfato
percibe los restos
del olor que tuvo
la esencia misma
lejana
ahondando


[cuando se corta por primera vez]

Por Martín Gambarotta

Cuando se corta por primera vez
un pomelo en un lugar desconocido
con un cuchillo de punta redonda
y poco filo, más apto en realidad
para untar manteca, el pomelo se vuelve
más extraño que el mundo que lo rodea
de modo que mirarlo detenidamente
por demasiado tiempo antes de partirlo
es una invitación al pánico.

Cortó un pomelo transversalmente, partió
la mañana en gajos raros, la carne
rosada expuesta por primera vez 
hirió con énfasis su mundo intraducible
generando una pausa acá
en el contexto de la fruta acuchillada.

Lo que decía no era lo que pensaba
hasta que cortó un pomelo por la mitad
y expuso el centro de ese mundo a la luz
entonces sí, con la fruta una vez partida
lo que pensaba era lo que decía.

No está dado el contexto para cortar
un pomelo pero igual corta el pomelo
y así cambia el contexto dado
con un ademán ficticio produce y no produce
una alteración momentánea que oblitera
el único dato cierto
nunca hubo fruta por cortar.

La mirada fija por dos segundos en una lámpara
el pomelo que tardó nueve días en cortar, el vaso
de agua que tomó en medio de la noche
la manteca untada por el cuchillo ideal, la inexistencia
del término epitomía que impide decir epitomía del hielo
y lo obligó a decir epítome del hielo, la mano en el hombro
del fotógrafo ácrata, la botella de una bebida impronunciable
que abrió con una cuchara para no volverse chino
y al cerrar los ojos la forma de la lámpara
que bajo sus párpados todavía fosforece.

Lo que implica haberle hecho un corte, haber
cometido una pequeña masacre matinal
con un simple instrumento de cocina
haber dejado la fruta sobre la mesada
exhibiendo su lastimadura.

Lo único claro es la función del cuchillo
a primera hora cuando corta la redondez
perfecta en mitades imperfectas
todo se limpia, todo se dispersa;
antes de partirlo al pomelo
en sí era un planeta.

Cada vez oscurece más rápido
lo que tardó en prenderse no tarda en apagarse
el aire inmóvil perfecciona los árboles
aislado, en un lugar con salidas bien marcadas
el que habla de lo anverso desde el anverso
y sabe que afuera de la práctica no hay afuera
se esconde detrás de una cáscara
es un pomelo envuelto es un papel madera.

La forma de la esfera se disuelve en su esférica sien, una fruta
redonda se vuelve material de tanto tenerla entre las cejas
el mundo se disloca, se sale de su eje
los símbolos de la tabla periódica pasan como diapositivas
por su cabeza; la P, sobre todo la P de POTASIO.



Apología del limón dulce y el paisaje
 
Por Yolanda Oreamuno

 

He bebido en este limón todo el tibior de mayo.

La tarde tiene una dulzura en la que no creo. Arriba, en los árboles, ahí donde en esta tarde gris el aire azulea, ahí en el punto más alto a que pueden llegar los olores de la tierra saturada de verde y humedad, existe una zona neutra para el pensamiento. Para el espíritu demasiado denso de carnalidad que no sabe elevarse y lo bastante sutil para transformar esta imposibilidad en ferviente deseo; esa zona neutra, violada, vagarosa, tiene el imán de un sueño.

El limón que muerdo tiene una arquitectura secreta en góticas catedrales de cristal.

En ese punto del paisaje, no tan alto como un imposible, ni tan bajo como yo, el delineado se pierde, la realidad se opaca, hay un margen vivo y estrecho para la fantasía. Los troncos de los árboles son en su nacimiento demasiado vigorosos, tienen duras escamas de bordes levantados que desnudan impúdicamente el corazón leñoso; las raíces, si afloran, remedan un afán de esta estabilidad desesperada, y si se esconden, maltratan la piel de la tierra hasta rajarla en su titánico esfuerzo de permanecer, de no moverse, de ser, a pesar de todo, indefinidamente. Las hojas aquí abajo visten verde tan intenso que la afirmación rotunda del color se pierde en una masa de densos relieves anónimos. Reverbera el color, más definido que la tarde gris, en grito opuesto a ella, que solo logra, en su histeria, subrayar la opalina evanescencia del crepúsculo.

El limón tiene entre los joyeles de su pulpa múltiple, almidonados tabiques blancos que regulan, crispados y húmedos, el gusto pronto a desbordarse en el dulzor uniforme de la fruta.

El aire claro trae la noche y trae también olores viajeros. En su homogénea existencia cristalina, hay escondidos remotos olores que han andado mucho para llegar hasta aquí. Casi todos son olores vírgenes. Vagan por la atmósfera y pasan frente a nosotros desacostumbrados a gustarlos y se van sin haber sido violados. El penetrante conocido olor de humanidad que tiene agraz a dolores, a suciedad, a miseria. El desabrido, pálido humor de la tierra. El fugaz de las flores que se donan todos los días inútilmente en espera del gustador imposible, olor que parece venir embriagado de color y vitalidad. El humilde aroma de las piedras musgosas que retienen la humedad de la lluvia, la encariñan, la hacen hervir en el amor de sus requiebres íntimos, y la lazan al viento en caldeados vapores de poco vuelo, que pasarán tan bajo, tan bajo, que solo los insectos sensibles notarán su existencia. El olor erecto, agresivo, frío, de los materiales reconstruidos por la mano del hombre; olor sin calificativos, sin personalidad, presente siempre, el único olor que llega a todos, y que todos conocen, y que todos desean.

La piel amarilla, clara del limón yace a mis pies, en blandas cunas oblongadas de lecho níveo, lunadas de soles oleosos y aromados en su cubierta exterior.

La noche cae despacio y aburrida. El drama vegetal se anega en sombras; la uniformidad del color va ganando espacio a los contornos, que un momento antes, en trágica despedida, se afirman definitivos para hacerse ver, una vez más, la última plenamente. Ese minuto de alarido monstruoso en que la planta quiere vivir su última vida bifásica de silueta y colorido antes de perecer en negro, es magníficamente bello en los tonos delirantes que el crepúsculo presta a sus personajes. Robusto se planta el árbol, tronco y ramas en verde veronés, recortado y palpitante sobre el engañoso fondo del celaje. Ya no tiene mórbidos lineamientos: es un hecho plano, oscuro, que se alza, único instante móvil en su inmóvil existencia, saltando angustias sobre su propia muerte, y se coloca, audaz figura de carácter, poniendo en su doloroso movimiento una distancia inmensurable entre él y la postrera nube coloreada por el postrer rayo de sol. La tierra muere primero que todos, resignadamente, como siempre supo morir, humilde y estremecida. Las flores vibran en la semiluz, bailarinas, se recogen luego íntimas consigo mismas, abrazadas a su propia belleza, y parecen suicidas silenciosas para salvarse de ser muertas por la sombra. Los olores que viven en el viento, no en el color, se intensifican a anularse la visión y quedar concentradas la sensibilidad de dos sentidos, el tacto hirviente que añora al sol y se crispa, poro múltiple, al frío y a la humedad, y el olfato dilatado en profundidad y extensión para absorber los locos olores que ya no tienen dirección ni procedencia. Los olores que se desnudan totalmente en la oscuridad. Que se acercan e incitan, que se entregan. Los que pasaban vertiginosos e inasibles momentos antes, se incrustan tenaces, abiertos, todos a la vez, en báquica orgía de perfumes, y ya no se sabe si son muchos y definidos, si es el humilde olor dela tierra este enervante aroma sensual que sube pesado como una promesa por el aire, si es el casto olor de las piedras este tibio, jugoso, circunvalante gusto que pulsa la sensibilidad; si es el argentino, transparente olor de las flores este mieloso, espeso perfume que gana la atmósfera, la oprime y la domina. Persistente, abrazador, embriagante, olor impositivo, el que horada los sentidos y permanece allí, seguro para siempre.

El limón amarillo de pulpa gótica, ha dejado en mis labios un regusto amargo, peregrino, que por inusitado tiene la maravilla ignota de una sorpresa, y por seco, oportuno y cierto, tiene el sello de una olvidada, añeja elegancia.




Francis Ponge (1899 – 1988) fue un poeta, ensayista y reportero francés. Uno de sus libros más conocidos es De parte de las cosas. Escribió poemas-ensayos sobre objetos de uso común como vasos, sillas y esponjas. 

Darío Canton (1928) es un poeta y sociólogo argentino. Desde el año 2000 viene publicando una autobiografía compuesta por ocho tomos titulada De la misma llama. Editó la revista-telegrama ASEMAL.

Martín Gambarotta (1968) es un poeta y periodista argentino. En 1996 publicó el libro Puctum en Libros de Tierra Firme. 

Yolanda Oreamuno (1916) fue una escritora costarricense. En 1948 publicó La ruta de su evasión.  Murió en México en la casa de la poeta Eunice Odio.

Hollis Frampton (1936 – 1984) fue un cineasta de vanguardia, fotógrafo y ensayista estadounidense. Sus trabajos más conocidos son Zorns Lemma y Hapax Legomena. Sus películas son exploraciones sobre el lenguaje, conceptos poéticos y filósoficos,  así como sobre los artificios del cine y las artes visuales.