La mecánica floral funciona desde hace miles de años
Por Maurice Maeterlinck
De ahí el inmenso esfuerzo para sacudir el yugo y conquistar el espacio. De ahí los maravillosos sistemas de diseminación, de propulsión, de aviación, que en todas partes encontramos en el bosque y en el llano, entre ellos, por no citar de paso más que algunos de los más curiosos: la hélice aérea o sámara del Arce, la bráctea del Tilo, la máquina de cernerse del Cardo, del Amargón y del Salsifí; los resortes explosivos del Euforbio; la extraordinaria pera surtidora de la Momórdica; y mil otros mecanismos inesperados y asombrosos, pues puede decirse que no hay semilla que no haya inventado algún procedimiento particular para evadirse de la sombra materna.
Glimpse of the Garden de Marie Menken
+
¿Hablaré de las semillas que prevén su diseminación por los pájaros y que, para tentarlos, se acurrucan, como el Muérdago, el Enebro, el Serbal, etc., en el fondo de un envoltorio azucarado? Hay ahí tal razonamiento, tal inteligencia de las causas finales, que no se atreve uno a insistir por temor de renovar los cándidos errores de Bernardino de Saint-Pierre. Sin embargo, los hechos no se explican de otra manera. El envoltorio azucarado es tan inútil para la semilla como el néctar, que atrae a las abejas, lo es para la flor. El pájaro se come el fruto porque es dulce y se traga al mismo tiempo la semilla que es indigestible. El pájaro vuela y devuelve poco después, tal como la recibió, la semilla desembarazada de su vaina y dispuesta a germinar lejos de los peligros del lugar natal.
+
Se podrían multiplicar indefinidamente esos ejemplos; cada flor tiene su idea, su sistema, su experiencia adquirida, de que se aprovecha. Examinando de cerca sus pequeñas invenciones, sus procedimientos diversos, se recuerdan estas interesantísimas exposiciones de máquinas en que el genio mecánico del hombre revela todos sus recursos. Pero nuestro genio mecánico data de ayer, mientras que la mecánica floral funciona desde hace miles de años. Cuando la flor hizo su aparición en la tierra, no había en torno de ella ningún modelo que poder imitar; tuvo que inventarlo todo. En la época de la clava, del arco, de la maza de armas, en los días relativamente recientes en que imaginamos el torno de hilar, la polea, el cabrestante, el ariete; en el tiempo —como quien dice el año pasado— en que nuestras obras maestras eran la catapulta, el reloj y el telar, la Salvia había construido los espigones giratorios y los contrapesos de su báscula de precisión, y la Pedicularia sus ampollas obturadas como para una experiencia científica, los disparos sucesivos de sus resortes y la combinación de sus planos inclinados. ¿Quién sospechaba, hace menos de cien años, las propiedades de la hélice que el Arce y el Tilo utilizan desde el nacimiento de los árboles? ¿Cuándo llegaremos a construir un paracaídas o un aviador tan rápido, tan ligero, tan sutil y tan seguro como el del Amargón? ¿Cuándo encontraremos el secreto de cortar en un tejido tan frágil como la seda de los pétalos, un resorte tan poderoso como el que lanza al espacio el dorado polen del Esparto?
Mothlight de Stan Brakhage
¿No es exactamente así, por menudencias, continuaciones y retoques sucesivos, como progresan las invenciones humanas? Todos hemos seguido, en la más reciente de nuestras industrias mecánicas los perfeccionamientos mínimos, pero incesantes de la luz, de la carburación, del cambio de velocidad. Diríase que las ideas acuden a las flores de la misma manera que se nos ocurren a nosotros. Tantean en la misma oscuridad, encuentran los mismos obstáculos, la misma mala voluntad, en el mismo desconocimiento. Conocen las mismas leyes, las mismas decepciones, los mismos triunfos lentos y difíciles. Parece que tienen nuestra paciencia, nuestra perseverancia, nuestro amor propio; la misma esperanza y el mismo ideal. Luchan como nosotros, contra una gran fuerza indiferente que acaba por ayudarlas. Su imaginación inventiva sigue no solamente los mismos métodos prudentes y minuciosos, los mismos pequeños senderos fatigosos, tortuosos y estrechos, sino que también da saltos inesperados que ponen de pronto en el punto definitivo un hallazgo incierto.
Fragmentos del libro La inteligencia de las flores.
Maurice Maeterlinck
(1862-1949) fue un dramaturgo y poeta belga. Su primer libro de poesía se llama
Los invernaderos.
Stan Brakhage (1933-2003) fue un artista visual y cineasta
estadounidense. Realizó más de cuatrocientas películas, la mayoría de ellas
pintadas a mano. Es considerado un precursor y maestro del cine experimental.
Marie Menken (1909-1970) fue una realizadora de cine
experimental estadounidense. Jonas Mekas
ha afirmado que en las películas de Menken están las frases más hermosas de la
poesía cinematográfica.