La cama de
mis padres
Por Joseph
Brodsky
El elemento más voluminoso de nuestro mobiliario o,
por lo menos, el que ocupaba más espacio, era la cama de mis padres, a la que
creo que debo la vida. Era una pieza enorme, de tamaño excepcional, cuyos
relieves también armonizaban hasta cierto punto con todo lo demás, pese a estar
realizados de acuerdo con un estilo más moderno.
Estaba presente en ella el mismo motivo vegetal,
por supuesto, pero la ejecución oscilaba entre el Art Nouveau y la versión
comercial del Constructivismo. Aquella cama era objeto de un especial orgullo
por parte de mi madre, ya que la había comprado en 1935, antes de que se casara
con mi padre, al descubrirla, junto con un tocador a juego, provisto de tres
espejos, en la tienda de un carpintero de segunda fila. La mayor parte de
nuestra vida había gravitado alrededor de aquella cama y los momentos más
decisivos de nuestra familia se habían ventilado sentados los tres, no
alrededor de la mesa, sino en aquella inmensa superficie, yo a los pies y mis
padres en la cabecera.
Para la media rusa, aquella cama era un verdadero
lujo. Yo había pensado a menudo que había sido precisamente aquella cama lo que
había inducido a mi padre a casarse, pues le gustaba demorarse en ella más que
nada en el mundo. Incluso cuando él y mi madre se sumían en la más amarga
acrimonia, la mayoría de las veces por culpa del presupuesto familiar («¡Tienes
la maldita costumbre de vaciar toda la bolsa en el colmado!», echaba en cara a
mi madre la indignada voz de mi padre, que llegaba hasta mi «media habitación»
desde su «habitación entera» viajando por encima de las estanterías de libros.
«¡Estoy harta, lo que se dice harta después de aguantar treinta años tu
tacañería!», le replicaba mi madre), incluso entonces mi padre se mostraba
reacio a salir de la cama, especialmente por las mañanas. Había quien nos había
ofrecido unos buenos dineros por aquella cama, que en realidad ocupaba
demasiado espacio dado lo exiguo de nuestra vivienda, pero pese a lo apurados
que pudieran estar, mis padres no habían contemplado nunca aquella posibilidad.
La cama era realmente excesiva, pero a mí me parece que a ellos les gustaba
precisamente por esto.
Recuerdo verlos dormidos en ella, cada uno en su
lado, dándose la espalda y con una sima colmada por mantas arrugadas entre los
dos. Los recuerdo leyendo en la cama, hablando, tomándose sus píldoras,
luchando con ésta o aquella enfermedad. La cama los enmarcaba para mí en su
espacio más seguro y a la vez más indefenso. Esa era su madriguera particular,
su última isla, su espacio inviolable —por nadie, salvo por mí— en el universo.
Dondequiera que se encuentre en estos momentos, ha quedado reducida a un vacío
dentro del orden mundial: un vacío de dos metros por metro y medio. Era de arce
marrón claro, estaba barnizada y nunca crujía.
Fragmento de La
habitación y media, texto incluido en el libro Menos que uno.
Joseph Brodsky. Poeta ruso que se exilió en Estados
Unidos donde se dedicó a la enseñanza de literatura. Entre otros libros,
publicó Elegía para John Donne y otros
poemas. Murió de un ataque al corazón el 28 de enero de 1996. La noticia de
su muerte fue anunciada en Moscú por la cadena de televisión NTV y por la
emisora de radio Echo.
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