Enero (fragmento)
Sara Gallardo
Paradas junto a la tranquera esperan que el colectivo aparezca al fondo del camino. Doña María suspira y Nefer sabe que el suspiro significa que hará calor y que todo la persigue: la temperatura, el día en la ciudad con estos zapatos y semejante hija.
Nada importa ya. Ni el sol, ni el médico, ni la madre furiosa. Nefer tiene oídos y por eso oye, y la boca le sirve para comer, pero el mundo pasa a su alrededor como el agua en torno de un peñasco, y ella está seria y nada importa. Dentro de un tiempo empezará a crecer su cuerpo, dentro de mucho se deshinchará, no importa, ya no importa, todo nace y después muere, pero nada importa.
El colectivo aparece junto a la capilla y se acerca levantando tierra.
«Parece la heladera de la estancia con ruedas», se dice Nefer.
—¡Ah! ¡Ahí está! —exclama después de un rato la madre—; vergüenza me da mirar a la cara de los que vienen.
Nefer se encoge de hombros porque doña María sabe que nadie conoce su historia, pero al detenerse el colectivo ambas se sienten un poco intimidadas. La madre se iza con trabajos y Nefer la sigue, y visto de reojo el coche le parece lleno de enormes chambergos.
Saludan y se sientan. Doña María conversa con la señora del asiento de adelante, con la de atrás y con una muchacha que lleva un chico en las faldas. Pregunta por las familias y aprueba con la cabeza las respuestas. Nefer pasea los ojos por la gente y ve que los sombreros que le parecieron innumerables eran solamente tres: dos de unos hombres del primer asiento y otro en el fondo.
—Tienen chambergos grandes, como el Negro; pero éstos son gordos y colorados y vienen de lejos y el poncho del Negro es más lindo que ése…
Los hombres hablan de hacienda y ríen, y por el espejo que refleja al conductor Nefer les mira las botas plegadas como pequeños acordeones.
Sara Gallardo publicó Eseijuaz en 1971.